Domingo, 24 de Noviembre 2024
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España UPEyDE Titulo: ¿La Democracia contra el Pueblo? A propósito del caso Papandreu. Texto: La definición más habitual de democracia es aquella de sistema donde la soberanía reside en el pueblo, que tiene la última palabra en todas las cuestiones que le conciernen. Procede de la concepción griega clásica de demokratia, actualizada por los revolucionarios ilustrados americanos y franceses. Un gran problema de la popular definición es definir que o quiénes son miembros de ese pueblo soberano, o lo que es lo mismo, a quién se le excluye. Nunca ha estado claro y ahora menos. Para los atenienses, por ejemplo, demos (pueblo) era el conjunto de ciudadanos varones libres mayores de edad, excluyendo a mujeres y menores, metecos (inmigrantes y sus descendientes) y esclavos, lo que significa que sólo el 25% de los habitantes del Ática, o menos, tenían plenos derechos democráticos. La exclusión no eran tanta en los primitivos Estados Unidos de América, pero allí también abundaban los esclavos (Jefferson y Washington, entre otros padres de la patria americana, eran propietarios de muchos) y también quedaban excluidas del demos las mujeres, como en Francia. El progreso de la democracia ha sido el de la reducción de la exclusión, primero prohibiendo la esclavitud, luego ampliando el sufragio hasta incluir a pobres y mujeres, después a ciertos inmigrantes para ciertas votaciones. Hoy muchos se preguntan qué fronteras debería tener el demos. Los xenófobos y nacionalistas porque temen ir demasiado lejos, y así protestan contra el todavía pacato reconocimiento de derechos políticos a los inmigrantes, o se niegan a acatar acuerdos internacionales en nombre de la soberanía nacional; y los cosmopolitas y asamblearios porque consideran que no debería haber apenas requisitos para integrarse en el demos de cualquier país, los primeros, y los segundos porque piensan que el demos es puramente teórico ya que la democracia está secuestrada de hecho por una minoría profesional (partitocracia). Sobrepuesto a este debate e incrementando su complejidad está el fenómeno de la globalización a la luz de la crisis económica que azota Occidente, con el hecho incontrovertible de que los viejos Estados nacionales, incluso tan poderosos como Estados Unidos, se ven impotentes ante procesos económicos, informativos y financieros que escapan a su regulación. En esta situación, la vieja invocación a la soberanía nacional o del pueblo ha quedado profundamente devaluada: ¿qué soberanía popular funciona contra tormentas financieras como las actuales? Y sin embargo, la gestión democrática de la crisis exige un control ciudadano de las decisiones políticas para atajarla. Por eso la Unión Europea se enfrenta hoy a una pregunta insidiosa y temida: cuál es el demos soberano que debería decidir sobre las medidas económicas que comprometen el Estado de bienestar, la soberanía de los Estados y el futuro del euro y la Unión. Nunca antes había emergido tan obscenamente el problema pendiente de la pobre articulación democrática de la UE. Los problemas complicados suelen suscitar respuestas más bien simplonas que pueden ser las más populares. Por ejemplo, que lo que importa es la soberanía del pueblo y su integridad (o identidad), y no la democracia porque este sistema sería incapaz de defender al uno y a la otra. Fue la respuesta antidemocrática que sacudió Europa en el primer tercio del siglo XX y condujo a revoluciones y dos guerras mundiales consecutivas. La crítica exacerbada a la democracia conduce fácilmente a la contraposición negativa entre sistema democrático y derechos del pueblo, entre la nula moralidad de los políticos y la elevada de la asamblea popular. Una dialéctica negativa que compartían las modalidades del fascismo y del marxismo revolucionario, y que ahora renace en movimientos antisistema alentados por la doble crisis, política y económica, en la que estamos inmersos. La idea, en cuya pavorosa simplicidad radica su seducción, es que bastaría dejar decidir al Pueblo para resolver de golpe la crisis creada por los Mercados con la complicidad de los Políticos. Disueltas en el Pueblo, las personas individuales no tienen por qué hacerse responsables de sus propias decisiones especulativas. Sin duda hay gravísimas responsabilidades políticas y económicas en la crisis, pero también algunas populares (para usar ese léxico), porque muchos de los indignados ahora son los mismos que pedían créditos disparatados y votaban a políticos populistas que les alentaban a endeudarse sin límite. Impopular pero verdadero. Lamentablemente, esta forma de pensamiento mágico no va a resolver nada. Se ha podido ver de nuevo en las reacciones suscitadas por la maniobra de Papandreu para salvar su Gobierno de las adversas consecuencias políticas que provocaría la aplicación del plan de Merkel y Sarkozy para el segundo rescate financiero de Grecia. Muchas muestras de apoyo y admiración por la triquiñuela del tramposo mandatario heleno –que ocultó a sus socios europeos sus intenciones mientras imploraba su ayuda- han abundado en esa vieja y peligrosa idea de que si la democracia no funciona, es decir, las instituciones como parlamento, gobierno y justicia, entonces hay que dar la palabra al Pueblo. Al viejo demos. El problema, sin embargo, sigue siendo el mismo y duplicado: quién es el demos supuestamente soberano, y por qué confiar en que su decisión suplirá con eficacia el fracaso de las instituciones. Vayamos al problema del demos y el euro: el referéndum de Papandreu no trataba de un asunto puramente doméstico griego porque afectaba directamente al futuro del euro, moneda común de 21 Estados de la UE (por mucho que se pretenda relativizar ese hecho con la preponderancia, y a veces prepotencia, alemana). Dicho de otro modo, Papandreu pretendía llamar a los griegos a decidir unilateralmente sobre un asunto que afectaba a centenares de millones de europeos convertidos en paganos y convidados de piedra. Un abuso político se mire por donde se mire, similar al típico plebiscito nacionalista que pretende que una parte (por ejemplo, Cataluña) decida unilateralmente sobre el futuro del todo (pongamos que España). Tan insostenible que Papandreu no tuvo más remedio que retroceder ante el inevitable ultimátum del resto de socios del euro, que le invitaron a decidir en referéndum sobre la solución de los problemas financieros griegos… pero fuera del euro, con gran disgusto de los creyentes en el mito de la soberanía popular como valor supremo contrapuesto a la democracia de las instituciones. Quizás porque del mismo modo en que no se puede pertenecer a una sociedad si se pretende decidir unilateralmente en asuntos de todos los socios (te acaban echando), tampoco es posible que funcione una democracia que puede suspenderse a conveniencia del demagógico poder popular. Y por eso Papandreu no ha tenido más remedio que renunciar al referéndum y buscar otra triquiñuela alternativa (al menos mientras escribo esto). Es evidente que el único demos que debería decidir sobre todo lo relacionado con el futuro del euro es uno que todavía no existe: el fundamentado en una verdadera ciudadanía europea. Y para que nazca y crezca esa ciudadanía, que significaría igualdad de derechos y obligaciones e instituciones políticas y económicas comunes, habrá que ir a la Constitución de una Europa federal de ciudadanos, no de Pueblos enfrentados. La crisis de euro deja esto cada vez más claro. Hay que agradecer a Papandreu haberlo aclarado aun más.