Domingo, 24 de Noviembre 2024
Cabo de Gata Center. Apartamentos Villa del Mar
Andalucía Partido Popular Titulo: Antes y después. Texto: El otro día estaba viendo tranquilamente el Nacimiento que hemos montado en el vestíbulo de la casa consistorial que, por cierto, recomiendo visitar. Me acompañaba un buen amigo y disfrutamos de unos momentos más bien parecidos a imágenes rescatadas de otros tiempos. Nos recreamos con los distintos decorados: la posada imprescindible; la escuela, con el mapa de España; el mercadillo, como en Fuengirola; la llegada de los Reyes, tan esperada; los famosos peces en el río. Y el Portal de Belén. Ante el portal, mirándolo, fui muy consciente de la trascendencia que para la humanidad al completo representó ese hecho histórico, más allá incluso de sus relevantes connotaciones religiosas. Es importantísimo, desde luego, que el acontecimiento diese origen a un nuevo credo, que con él se hayan convencido millones de personas de que otra forma de convivencia era posible, o que esa fidelidad con altibajos se mantenga durante más de 2000 años. Pero son igualmente importantísimas las destacables consecuencias sociales, legales y educativas que ha supuesto el nacimiento de Jesús de Nazaret. Marcó una tendencia cultural diferente que con el tiempo ha dado paso al modelo occidental en el que vivimos. Incluso los que no crean en él como Dios o enviado divino, se benefician de su inmensa influencia. Mi amigo y yo comentamos esta reflexión y coincidimos en que el cristianismo ha sido decisivo en los logros alcanzados para nuestra calidad de vida y bienestar. Nada es por azar. Tampoco debe serlo que en los países más prósperos, más democráticos y más respetuosos con los derechos humanos se profese la religión cristiana en cualquiera de sus modalidades. Sólo con esta observación incuestionable ya merece la pena que todos celebremos juntos la Navidad. Sin complejos. Sin pedir perdón. Sin represalias. Sin críticas. Sin condenas dialécticas o punitivas. El cristianismo ha resultado el germen imprescindible. Lo fue en el principio por introducir mensajes innovadores, revolucionarios, nunca oídos con anterioridad referentes a igualdad, misericordia y paz. O mensajes sobre la conveniencia de compartir, de no juzgar para no ser juzgados, de no castigar ni envidiar. Las llamativas consignas se han inoculado poco a poco hasta la médula de una nueva sociedad configurada en base a dichos principios. A menudo esta sociedad lo olvida. Aquel germen dio su fruto determinante en la aprobación de la Declaración Universal de Derechos Humanos, conquistándose otro horizonte de mejoras radicales. Entre ellas, la libertad gracias a la cual, las críticas son permitidas. En este ambiente de comprensión, en nuestra cultura occidental, nacen los mayores detractores del cristianismo, que nunca se aplacan. No pueden negar la evidencia de la realidad, pero se afanan en buscar coartadas colaterales para atacar el punto de partida. Desde la irracionalidad. Desde la incoherencia. Manifiestan una reacción visceral, porque no son leyes cristianas las que lapidan por adulterio, ni las que obligan a la mujer violada a casarse con su agresor por cuestión de honor, ni las que expulsan a las viudas del hogar, ni las que mutilan a las niñas. Tampoco son leyes cristianas las que condenan a los homosexuales a morir ahorcados, ni las que obligan a los niños a matar y guerrear, ni las que cortan las manos por robar. No es necesario ser creyente para asumir la bondad de la influencia cristiana en la sociedad que disfrutamos, en las metas que nos planteamos y en las lógicas reivindicaciones de equidad con las que todavía soñamos. No es necesario ser creyente para admitir que son otras culturas, con otros valores, las que nos ofrecen atrocidades intolerables. Por lo anterior, es incomprensible la negativa permanente que algunos sectores del mundo occidental expresan frente al reconocimiento de este beneficio. Es ilógica su agresividad verbal. Es malicioso su intento de eliminar todo vestigio del episodio que propició la existencia de un antes y un después en la historia de la humanidad. El cristianismo ha tenido luces y sombras que en ningún caso anulan sus efectos balsámicos. El dolor que también ha causado, no distorsiona su perfecto mensaje. El daño es sólo imputable al uso interesado y egoísta que de él han hecho los tiranos existentes en toda jerarquía encumbrada. Estos tiranos son los primeros traidores de un precioso e irrepetible legado. Estos tiranos son los únicos que no deberían celebrar la Navidad.