Domingo, 24 de Noviembre 2024
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España UPEyDE Titulo: Mariano Rajoy, o el continuismo en la Moncloa. Texto: Había sin duda mucha expectación por lo que diría Mariano Rajoy en el debate de investidura, aunque no por las mismas razones. En mi caso quería comprobar si, como me temía, la política de Rajoy para afrontar la crisis iba a consistir en negar la crisis política y limitarse a anunciar reformas económicas (bastante vagas), tratando de comprometer a los nacionalistas en esa estrategia con el fin de mantener el actual modelo político que tanto les beneficia. Si, ese mismo sistema que ha agravado la crisis en España de modo catastrófico debido al despilfarro, a duplicidades administrativas, burbuja inmobiliaria, etc. Pues bien, para esto el debate no ha tenido desperdicio porque ha dejado clarísimas tres cosas: 1 – que Rajoy rechaza cualquier reforma sustancial del sistema político actual, se trate de la Ley Electoral o de reparto racional de competencias entre Estado y CCAA; 2 – que quiere pactos con los nacionalistas para mantener tal cual el Estado Autonómico, o profundizarlo, a cambio de compartir los recortes que se avecinan; 3 – que Rajoy no tiene otro plan que capear el temporal a remolque de Alemania para ser admitido en un posible euro fuerte. Así pues, con Rajoy no hay ni habrá cambios sustanciales en las políticas fundamentales de la era Zapatero, continuación a su vez de la gobernanza instaurada en la Transición. El continuismo sigue instalado en la Moncloa, y esa es la razón de que el Grupo Parlamentario UPyD nos hayamos estrenado votando no al candidato Mariano Rajoy. Me parece que somos el único partido que propugna el fin del caduco sistema político de la Transición y regenerar la democracia española. Me explico: a los nacionalistas les gustaría finiquitarlo, pero para fundar en sus actuales taifas Estados soberanos (en la medida de lo posible). Izquierda Unida querría instaurar una República intervencionista, pero no quiere tocar el sistema de pactos con el nacionalismo y sus recetas económicas no pueden tomarse en serio. Y PP y PSOE, como escenificaron Rubalcaba y Rajoy en un debate que parecía más un revival del seudodebate en TV de la campaña electoral, ni se les pasa por la cabeza que haya algo razonable y necesario más allá de un sistema político cortado a su medida. La destemplada, prepotente y agresiva réplica de Mariano Rajoy al discurso de Rosa Díez dejó las cosas claras: precisamente por exponer sin reservas la importancia de avanzar hacia una democracia del siglo XXI, UPyD se ha convertido en un partido extraordinariamente molesto. Y por eso Rajoy atacó con su artillería pesada sobre un triple eje: a) los supuestos parecidos entre PP y UPyD; b) la denuncia de la corrupción política y la propuesta de reformar la ley electoral; y c) un misterioso lo que le importa a la gente. El relato resultante es simplón y por eso mismo regocijará a simplones y sectarios: todo lo interesante de UPyD ya lo propone el PP; denunciar la corrupción política es un ataque a una clase política inocente y a una democracia virginal, mientras que la reforma de la Ley Electoral no persigue otra cosa que aumentar los escaños de UPyD; finalmente, estas no son las cosas que importan a la gente, interesada únicamente en aquello que Rajoy dice ser sensato, razonable, lógico y de sentido común, es decir, sus recetas anticrisis. Como el interés principal de Rajoy es salir de la crisis sin que ésta ponga en solfa el sistema político vigente, es normal que haya sido UPyD, en la persona de Rosa Díez, el objeto del ataque más furibundo y desproporcionado a una minoría en un debate que, en ese momento, se convirtió en más de embestidura que de investidura. Ese interés por no cambiar nada de lo que afecte al modo de obtener poder político y de administrarlo explica aparentes anomalías del debate cuidadosamente barridas bajo la alfombra por los palmeros mediáticos del nuevo líder. Como su tácita aceptación de la petición del PNV de continuar el proceso con ETA con toda discreción. El portavoz del PNV, Josu Erkoreka –muchísimo mejor tratado por Rajoy que Rosa Díez pese a representar al mismo número de diputados, cinco, y estar supuestamente muy lejos del PP en asuntos esenciales-, dijo en su intervención algo notable: que es recomendable no confundir el humo con el asado (préstamo de Josep Pla). Mientras se permite entretenerse con el humo a los amantes de la política espectáculo, los políticos discretos se dedican al asado (y a zampárselo, claro). Traducido a la negociación con ETA, la cosa estaba clara: dejad a Eguiguren con su libro y su declaración diaria, y sigamos nosotros el proceso con la menor publicidad posible. Rajoy alabó la vieja concepción nacionalista de la normalización política y recogió el guante con la salvaguarda retórica de que todo lo que haga con ETA –como le repitió más tarde a Amaiur- será dentro de la ley… ¡como si un Presidente de Gobierno pudiera comprometerse a otra cosa! Y como si la Ley de Partidos, para hablar de una que ha sido extraordinariamente útil, no fuera papel mojado tras la legalización de Bildu por el TC y la aceptación de Amaiur como un partido casi normal. Pronto lo veremos. Pero, ¿por qué acepta Rajoy esa invitación? Sin duda, no porque desee favorecer de ningún modo a los herederos de los terroristas –aunque esa será la consecuencia-, sino porque hacerlo es otro precio –con el AVE y la intocabilidad del Concierto y del sistema foral, todos concedidos- que el PNV pone para apoyar discretamente la salida de la crisis planteada por Rajoy y porque, al fin y al cabo, es un proceso que ya está en marcha y despejará de alguna manera -o de la contraria, para decirlo al modo del nuevo Presidente- un fastidioso problema que conviene sacar de la mesa con el menor ruido posible (ya lo han apuntado dirigentes del PP vasco que desaconsejan aplicar a Amaiur la Ley de Partidos, como Javier Maroto, alcalde de Vitoria). Podríamos seguir con otros ejemplos de esta política de apaciguamiento del nacionalismo y aceptación de la agenda política heredada de Zapatero, pero tiempo habrá de ir examinando su desarrollo. De momento, lo que está fuera de toda duda es que no se quiere tocar nada del sistema político español por razonables que sean los argumentos, aportados incluso por el Consejo de Estado. Se puede alegar en contra de este argumento que la lucha por la igualdad ante la ley y por la memoria, justicia y dignidad que piden las víctimas es un asunto menor en comparación con la lucha contra el paro, pero ese alegato ignoraría que el fracaso en ambos campos tiene las mismas raíces políticas: instituciones que no funcionan porque el bipartidismo las ha puesto a su servicio, y no al de la sociedad. Pero esta estrategia a lo don Tancredo desconoce que a los ciudadanos se les pueden pedir e imponer renunciar y sacrificios fiscales, laborales y sociales, pero a cambio de vivir en un sistema político saneado, transparente, equitativo, participativo y abierto que, a su vez, garantice razonablemente un futuro mejor en todos los ámbitos. Y lo que se pretende es hacer todo lo contrario: sacrificar el debate político a la emergencia económica, aplicar recetas anticrisis de caballo no exentas de contradicciones elementales -¿cómo instaurar un tercer año de bachillerato reduciendo el presupuesto de educación?- y, entre tanto, achicar la democracia rehusando siquiera debatir reformas tan elementales como la de una Ley Electoral que restaure la igualdad del voto y de oportunidades de acción política. Es decir, más obligaciones y menos derechos, más obediencia impuesta y menos ciudadanía responsable, más partitocracia y menos democracia. Queda por ver si las recetas fiscales y económicas de origen alemán sirven para remontar la crisis. Hay muchos que lo niegan, porque una crisis de deuda no puede solucionarse forzando una recesión económica que empeora el déficit fiscal. Lo que sí es seguro es que el intento de Rajoy de negarse a ninguna reforma política de envergadura mientras blinda el inmovilismo pactando con los nacionalistas, desprecia la igualdad del voto, convierte la corrupción en un tabú inabordable y pretende que una ley, por ser democrática, sea de hecho intocable, no tiene el menor futuro. Agravará la crisis política mientras se agrava la crisis económica. Vaya, Rajoy ya sufría el síndrome de la Moncloa antes de ser elegido el nuevo inquilino.