Domingo, 24 de Noviembre 2024
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España UPEyDE Titulo: Doce ideas a abandonar el año 2012. Texto: En algunos países se celebra la salida del año viejo y la entrada del nuevo tirando los trastos obsoletos de los que uno quiere desprenderse. No sé si se mantiene la costumbre, pero me parece que estas fechas son una buena ocasión para proponer que nos desprendamos de un buen montón de ideas tontas, o tópicos o estereotipos, más molestos que otra cosa. Seguro que cada cual tendrá su propia lista de eso que los franceses llaman muy gráficamente idées reçues -es decir ideas preconcebidas- para señalar que la mayoría de quienes las sostienen no han pensado en ellas por sí mismos sino que las han recibido como parte de su herencia de lugares comunes (que por otra parte son necesarios para pensar: ¡cuidado, no podemos prescindir de todos los tópicos!). En cualquier caso aquí va mi propuesta de doce ideas perfectamente prescindibles y, sin embargo, omnipresentes en el discurso políticamente correcto, que como todos sabemos es el mayoritario aunque sólo sea por su persistencia más que pertinencia, puesto que lo oímos y leemos prácticamente a diario en medios de comunicación, declaraciones políticas y conversaciones habituales. Ahí van, son doce, una por mes del año que viene. Que ustedes las disfruten y feliz año nuevo, como no puede ser tópicamente de otra manera. 1 – Todas las ideas son respetables y todas se pueden defender en democracia sin violencia. No es cierto: hay muchas ideas que no son respetables y algunas llegan a ser genocidas. Las tonterías, las supersticiones y las falacias más usuales no tienen nada de respetables. Ni el racismo, el antisemitismo, la xenofobia, la homofobia o las muchas variedades del totalitarismo y fundamentalismo son defendibles en democracia como lo son las demás ideas políticas. Otra cosa es que la democracia permita la libre expresión, difusión y discusión de ideas antidemocráticas, pero eso no las hace respetables en absoluto. Ni menos peligrosas, porque para abrirse paso muchas de estas ideas necesitan recurrir a formas de violencia y coerción incompatibles con los Derechos Humanos o los fundamentos de la democracia: la igualdad jurídica y la libertad personal. Por eso algunas democracias han declarado ilegales ideas como el negacionismo de algunos genocidios, o partidos políticos y asociaciones entre cuyos fines está, implícito o explícito, la destrucción de la democracia. Sin duda el debate de dónde están los límites entre libertad de expresión y defensa de valores públicos y derechos humanos es un debate inacabable, pero en cambio es evidente, para cualquiera que piense por sí mismo, que no todas las ideas son respetables ni es aceptable su defensa. Quienes sí son siempre respetables son las personas cuando piensan, pero no sus ideas ni opiniones como tales. 2 – No hay que hablar de la corrupción porque es excepcional y hacerlo desprestigia a todas las instituciones. En 2010, sólo la Policía Nacional investigó más de 750 casos de corrupción que implicaban a miles de personas, la mayoría de ellos cargos públicos. Obcecarse, como hizo Rajoy en el debate de su investidura, en que se trata de un fenómeno aislado y excepcional -y por tanto incomprensible- es el verdadero motivo de que las instituciones más importantes pierdan su prestigio y cada vez más gente las vea como un remedo de la Cueva de Alí Babá. Empeñarse en que lo cívico y democrático es un prietas las filas de la clase política es todavía una equivocación mayor. Más en una crisis tan grave como la actual, donde millones de personas consideran, con razón, que el sistema político les ha fallado en lo más básico, su derecho a desarrollar una vida autónoma digna de tal nombre. O sea, cosas como trabajar, formar una familia, arraigar –o no- en un lugar, no depender de terceros para solventar sus necesidades y aspiraciones legítimas, y buscar la felicidad. El enroque en que aquí no pasa nada, y si pasa aferrémonos a la presunción de inocencia y a los formalismos procedimentales –salvo si el sospechoso es un rival-, es un juego peligrosísimo para la democracia. Combinado con la crisis económica y política puede cebar la mecha de una bomba social que salte todo por los aires. 3 – El bipartidismo existe porque la gente quiere: es lo que vota. No me extiendo mucho: siguiendo esa lógica hay cinco millones de parados porque la gente elige no trabajar. De hecho, muchos fariseos lo piensan, pero la prudencia más elemental les aconseja guardarse esa opinión… 4 – Los partidos políticos no son realmente necesarios, los movimientos sociales son mucho más representativos. Los partidos políticos son imprescindibles en una sociedad tan compleja como la actual, con creencias e intereses muy diferentes, y en una cultura donde la gente tiene la afortunada costumbre de cambiar de opinión y de voto político en función de su evolución personal o del cambio de las circunstancias. Los movimientos sociales están muy bien: son una saludable expresión de vitalidad de la sociedad civil y un contrapeso a la amenaza de la partitocracia. Pero no cuando aspiran a sustituir a los partidos que expresan el pluralismo ideológico de la sociedad y, por tanto, a suprimir ese pluralismo cuando no la propia sociedad, con lo que devienen en el Movimiento Unánime al estilo de los ya padecidos infaustos Movimientos Nacionales de Franco o ETA. 5 – La descentralización acerca el poder al ciudadano y por eso siempre es mucho más democrática que la centralización. Este es un tópico de los relativos: según para qué. El problema es que en España se ha convertido en eje inamovible del discurso político. Está muy bien que el ayuntamiento se ocupe de asuntos mejor resueltos sobre el terreno y con conocimiento del detalle, como las políticas de asistencia social o vivienda, pero cuando se convierte en gestor de otros intereses esa proximidad puede dar lugar a atropellos y delitos como el urbanismo salvaje de muchos lugares y su corrupción asociada. Tampoco es mejor que el juez que vea tu caso sea ese vecino con el que te llevas fatal: un poco de distancia y neutralidad es entonces mucho más aconsejable. Y están las economías de escala: las competencias deben ser descentralizadas o centralizadas con criterios de eficacia. La centralización de la OTAN o la UE es mucho más eficaz en defensa o mercado que los viejos ejércitos nacionales o el nacionalismo económico, pero la centralización abusiva tiene también sus costos, sobre todo en forma de burocratismo excesivo y lejanía miope de las cosas. 6 – Lo que importa es la economía, la política vendrá luego. ¡Esto lo vamos a oír a diario! Tampoco hace falta extenderse mucho: la crisis económica tiene causas políticas porque el fracaso en la supervisión de las entidades financieras que iniciaron la crisis –se trate de Lehman Brothers en USA o de las Cajas en España-, tuvo causas políticas: irresponsabilidad y mal gobierno con fracaso de controles, falta de transparencia y estímulo de conductas especulativas que rozaron o sobrepasaron lo delictivo. Invirtiendo la famosa frase de la campaña de Clinton, ¡es la política, idiotas!. Cualquier intento de orillar las reformas políticas en pos de soluciones puramente económicas retardará la salida de la crisis y sin duda la hará más injusta y peligrosa para ese delicado bien público que se llama cohesión social. No se pueden pedir sacrificios a los ya sacrificados y, además, pagarles con recortes de derechos políticos y con un sistema público en manos de una nueva oligarquía. 7 – Los banqueros y expertos en finanzas son los que mejor saben qué hacer contra la crisis. Extensión de lo anterior y sin duda otro tópico triunfante, viendo cómo ha quedado el área económica del Gobierno de Rajoy (a quien deseamos toda la suerte y acierto del mundo, obviamente). ¿Son los gestores más adecuados los mismos que negaban la burbuja inmobiliaria y animaban a invertir en vivienda, o juzgaron como genialidades financieras las subprimes y demás instrumentos bancarios de destrucción masiva de la economía productiva? En fin, lo dudo, qué quieren que les diga. 8 – La precariedad laboral es el precio necesario del empleo para todos. Lo cierto es que la dualidad del mercado de trabajo español, con el protegido indefinido y el precario mal pagado, defendido a capa y espada por sus beneficiarios –sindicatos y patronales-, ha sido un factor de agravamiento de la crisis al mantener un modelo económico basado en bajos sueldos y producción de productos baratos, baja competitividad e innovación, destrucción masiva de empleo como procedimiento de ajuste en cuanto asoman las vacas flacas, y consiguiente bajada drástica del consumo con los demás efectos encadenados. La defensa de la precariedad laboral en la que parecen embarcados los agentes sociales y los partidos mayoritarios no anuncia nada bueno: es reafirmarse en la continuación de un modelo económico-laboral fracasado, con su viejo círculo vicioso. Esperemos que recapaciten. Para esto, nada como repetirles que se equivocan. 9 – La República es por definición mucho más democrática que cualquier Monarquía. Es una idea que mezcla la protesta legítima contra la crisis política actual y la nostalgia irracional de los malos tiempos de la II República, canonizada por una paleoizquierda que prefiere ignorar la historia y cultivar los cuentos. No comparto la idea de que las Jefaturas de Estado hereditarias (monarquía) sean la panacea y gocen de no sé qué autoridad carismática, pero tampoco la contraria de que una República sea porque sí más benéfica, justa y libre que cualquier monarquía. Comparemos las monarquías sueca, británica u holandesa con las repúblicas cubana, china o iraní. Como todo en la democracia, depende del funcionamiento de las instituciones, de la calidad de las leyes y –no es lo menos importante- del compromiso ciudadano con la mejora permanente del sistema. Una mezcla de pragmatismo con exigencia de los principios. Lo demás, pensamiento mágico. 10 – El laicismo consiste en reducir la libertad religiosa de la gente. Curiosamente, es un tópico que comparten tanto los comecuras que agredían a los participantes en la visita papal del 2011 –y se llamaban falazmente laicos- como los meapilas que consideraban los sermones papales más importantes que la Constitución. El laicismo, en cambio, es neutralidad de los poderes públicos respecto a la creencia privada. Esta última es digna no sólo de respeto sino de protección cuando es compatible con la democracia (véase tópico uno), a condición de que no pretenda imponerse como esqueleto del sistema legal del Estado democrático, que por definición debería ser laico, y mucho menos vivir de la sopa boba de ese mismo Estado democrático. Lo de la aconfesionalidad es otro arreglo provisional de la Transición que debería resolverse, como tantos otros pendientes. Entre tanto, importa pensar en qué es laicismo y qué no. 11 – No se puede cambiar la estructura del Estado porque los nacionalistas se rebelarían. Hay que admitir el éxito nacionalista en la interiorización generalizada de su chantaje permanente como un hecho fatídico de la naturaleza. Se puede proponer el despido libre, el copago sanitario, la congelación del funcionariado y la paralización de la inversión pública, pero no, al parecer, privar a los nacionalistas –y sus émulos vergonzantes que dicen no serlo: catalanistas, vasquistas, andalucistas etc.- de una sola prerrogativa o privilegio de los arrancados al Estado común, cuando no –casi siempre- al sentido común. Ni caso. Recordemos a los agoreros que vaticinaron la guerra civil en el País Vasco si se ilegalizaba a Batasuna. No pasó nada, al contrario, todo comenzó a ir mejor (y hubiera acabado estupendamente de no mediar la traición de la negociación, pero ese es otro tema). 12 – España debe aceptar lo que digan Alemania y Francia para que nos admitan en su exclusivo Club Nueva Europa. El problema del papel de España en la Unión Europea es que sencillamente no existe. ¿Cuándo dejó de existir? Seguramente cuando toda la política doméstica se volcó en el modo dominante de hacer política, a saber, el modelo nacionalista de mercadeo que ha ido desmontando el Estado en beneficio de taifas inviables. Un país así no podía sino dejar de pintar nada en un proceso, el europeo, que va en sentido contrario: ceder soberanía de los Estados para construir un ente político común. Proceso que atraviesa una crisis histórica a la que sin duda ha contribuido España con un paletismo político cuya más vívida expresión fue, quizás, el empeño de Zapatero para que catalán, gallego y euskera fueran lenguas oficiales de la UE, en vez de avanzar en la integración política. Algo a contrapelo de un proceso histórico muy delicado y de sentido radicalmente distinto: aparcar los particularismos nacionales en beneficio de algo común por inventar, la ciudadanía europea. Así acabó esa historia: en la nada o la irrisión. Lo malo es que no veo a Rajoy en una posición muy diferente. Ya anunció que la misión del renacido Ministerio de Agricultura será promover en Europa un nacionalismo agrario a la francesa.