Domingo, 24 de Noviembre 2024
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España PNV Titulo: Nuevos retos y viejos retos renovados para la economía vasca. Texto: La actualidad política está rigurosamente mediatizada por el cese definitivo de la actividad armada de ETA. Todas las reflexiones y declaraciones públicas que se hacen estos últimos días arrancan, sin excepción, de ese punto de partida. Sin embargo, las coincidencias acaban ahí. Porque el comunicado está provocando reacciones tan diversas como antagónicas. Mientras unos expresan satisfacción, e incluso alegría, otros anteponen la cautela y hasta la desconfianza. Y ya no digo nada sobre la heterogeneidad de las posiciones que se mantienen en torno a lo pasos que se han de dar a partir de ahora. La interpretación del cese armado ETA está siendo tan plural como la propia sociedad vasca. Somos muchos los que hemos sentido una profunda sensación de alivio al conocer que el cuerpo social vasco se desprendía definitivamente de la garrapata armada que ha tenido prendida en sus carnes durante los últimos treinta y cuatro años, succionándole la sangre e inoculando en sus venas el veneno del fanatismo la intolerancia y la exclusión. Y hemos sentido, también, la necesidad de activar la memoria colectiva, para poner las cosas en su sitio y extraer de lo ocurrido las lecciones que necesitamos para organizar la convivencia futura sin caer en los errores del pasado. Porque en la historia reciente de Euskadi, ETA ha constituido un fenómeno profundamente negativo, que sólo ha traído sangre y sufrimiento en lo humano y fanatismo e intolerancia en lo político. Pero la violencia etarra también ha tenido consecuencias -y no irrelevantes, por cierto- en el terreno económico: ha supuesto un freno en toda regla para el desarrollo y el crecimiento. Y en este post quisiera hacer una referencia especial a este aspecto de la perniciosa influencia que ha ejercido sobre nuestra vida colectiva. El cese definitivo de la actividad armada de ETA ha dado lugar a un nuevo tiempo en Euskadi. Esto es innegable. Un tiempo nuevo, que nos situará ante retos nuevos, pero en el que todavía tendremos que seguir afrontando algunos retos viejos. Retos ya conocidos que, pese a no ser nuevos, se nos presentarán renovados. El de la economía es, sin duda, uno de estos. Un reto secular, en una tierra en la que la escasez de recursos naturales, provocó, durante siglos, emigraciones masivas y despertó un cierto gusto por la artesanía y la industria, pero que ahora se nos presentará revestido de nuevas formas. Es evidente que en este nuevo tiempo que acabamos de inaugurar tendremos que trabajar -y mucho- en la reconstrucción de la convivencia, notablemente deteriorada tras años de amenazas y agresiones. Pero tendremos que aprender, también, a gestionar una economía sin el lastre que supone la existencia de una banda terrorista que amenaza, coacciona y extorsiona al empresario, disuadiendo al inversor y fomentando la deslocalización. Y tendremos que hacerlo, además, asumiendo de entrada que, aunque resulte paradójico, no será necesariamente más fácil gestionar con éxito una economía sin ETA que una economía con ETA. Porque la adversidad es un freno, evidentemente. Pero es, también, un estímulo; un acicate. Como dice el refrán: La necesidad es la madre de la creatividad. Y si al desaparecer el freno apagamos, también, el motor que impulsaba el desarrollo, corremos grave riesgo de parar el tren de la economía, o incluso de ponerlo marcha atrás. El modelo vasco de crecimiento económico ha sido posible gracias al trabajo desarrollado durante años por unas instituciones y, sobre todo, por unos empresarios muy motivados -y casi podría decirse que sobre estimulados- para avanzar en la adversidad. Y ello es así porque, al obstáculo que ya de por sí supone la fuerte competencia existente en un mercado cada vez más global, se ha añadido, la existencia de una organización terrorista que acosaba despiadadamente a la clase empresarial mediante chantajes, extorsiones y secuestros, que desincentivaban la inversión y ahuyentaban los capitales. Sólo la tenaz apuesta de las instituciones y, sobre todo, el coraje de los empresarios han hecho posible que entre nosotros alumbrase una economía moderna y competitiva, basada en el conocimiento y la innovación y con considerables índices de internacionalización. Hoy, tras el cese definitivo de la actividad armada de ETA, todo el mundo parece dar por supuesto que, en los próximos años, la economía vasca conocerá una etapa de prosperidad sin precedentes. Que una vez superado el lastre del terrorismo, volará libre y con velocidad de crucero; que los capitales afluirán a borbotones y las empresas surgirán como champiñones, generando masivamente riqueza, empleo y desarrollo. Se augura una auténtica primavera económica para Euskadi. Y se tiende a pensar que si con ETA hemos sido capaces de llegar hasta donde hemos llegado, sin ETA, la economía vasca se saldrá del mapa. Todos los vaticinios son optimistas. Tony Blair escribía estos días en el New York Times, aludiendo a los dividendos de la paz, esos millones de euros que el País Vasco venía gastándose en programas de seguridad y que ahora, precisamente en estos momentos de recortes y contención presupuestaria, podrán ser reorientados hacia otros fines de utilidad social. Pero más allá de lo que pueda reportar esta masiva liberación de recursos públicos, la sociedad vasca parece confiar ciegamente en un impulso empresarial que, ahora, sin la traba de ETA, nos empujará a todos hacia atractivos horizontes de desarrollo y bienestar. Sin embargo, nada de esto debe darse por seguro. Es más, creo que sería un inmenso error relajar la tensión social, institucional y empresarial que nos ha traído hasta aquí, confiando en que, la desaparición de la violencia lo hará todo. Con la desaparición del terrorismo desaparecerá, es cierto, uno de los principales obstáculos que habían de superar los emprendedores vascos para sacar adelante sus proyectos. Un obstáculo enorme, pero desgraciadamente nuestro, que les situaba en clara desventaja con respecto a sus competidores de otros territorios. Sin embargo, no deberíamos dejarnos engañar. Desaparecerá un obstáculo, pero no desaparecerán todos los obstáculos a los que hoy ha de enfrentarse un proyecto empresarial para tener éxito. Los retos del mercado y de la competitividad seguirán ahí y será preciso responder a ellos con rigor y eficacia. Los consumidores del mundo no comprarán productos vascos por el mero hecho de que ETA haya decidido cerrar la persiana. Sólo lo harán si son mejores y más baratos que los de sus competidores. Y aun sin la amenaza terrorista, los capitales sólo vendrán a Euskadi si les ofrecemos mejores condiciones para la inversión que en otros lares. Es muy importante que todos los actores económicos -las instituciones y las empresas- tomen conciencia de ello. Que no se relajen, confiando en el empuje de una inercia que no se tiene por qué dar, si entre todos no decidimos mantenerla e incluso estimularla. Si las instituciones no siguen apostando -e incluso incrementando su apuesta- por el conocimiento y la formación profesional, y las empresas no siguen empeñadas en cultivar la flexibilidad, la innovación y el valor añadido, podría ocurrir que el escenario sin ETA acabara siendo peor, desde un punto de vista económico, que el anterior a la desaparición de la organización terrorista. Es cierto que la ausencia de violencia favorecerá, objetivamente, el flujo de capitales hacia Euskadi. Pero no es menos cierto que estos no afluirán si, aun a falta de ETA, las instituciones vascas no contribuyen a crear unas condiciones favorables a la creación y el desenvolvimiento empresarial. No quiero lanzar un mensaje negativo, sino realista. Y, sobre todo, incentivador; de estímulo. Euskadi puede, pero los vascos tenemos que quererlo. La desaparición del freno que supone ETA sólo servirá para relanzar la economía vasca, si todos -políticos, instituciones y empresarios- somos capaces de mantener o intensificar el impulso que nos ha traído hasta aquí.