Domingo, 24 de Noviembre 2024
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Pais Vasco PNV Titulo: Retazos a vuelapluma sobre algunos de los ministros de Rajoy. Texto: Desde que Rajoy ha dado a conocer la composición del gabinete con el que afrontará la legislatura, parece que todo el mundo tiene algo que decir o que recordar sobre las personas que ha elegido para formar parte del Consejo de Ministros; una opinión, una crítica, una historia suculenta, un dato desconocido, una advertencia, una amistad antigua e incluso una biografía compartida. En estos últimos días se ha leído de todo. Todo el mundo habla. Es como si a uno le fueran a considerar de peor condición por no haber tenido trato en el pasado con alguno de los nuevos ministros de la Corona. Evidentemente, yo también puedo aportar algún retazo de factura muy personal. Ligero, por supuesto. Liviano. Sin pretensiones. Sin aspirar, por supuesto, a desvelar claves esenciales o criterios decisivos para interpretar la obra del futuro Gobierno. Mi aportación es mucho más modesta. Un simple recuento de anécdotas e impresiones. De Soraya y Fátima sólo puedo decir cosas positivas. Ambas son trabajadoras, leales y fiables. Serias cuando hay que serlo y maliciosas cuando toca. En cualquier caso, gente de palabra. Durante los cuatro últimos años han sido una pareja inseparable. Siempre atentas al devenir de los acontecimientos en el hemiciclo. Estoy seguro de que en estos momentos estará operando más intensamente en ellas el peso de la responsabilidad, que la ínfula ampulosa del recién elevado a la dignidad ministerial. Si lo hacen bien o mal, el tiempo lo dirá. Pero no tengo duda alguna de que pondrá todo su empeño en acertar. A Ana Pastor siempre le he visto en la estela de Rajoy. Cuando hablé con ella por primera vez -dudo de que lo recuerde- era subsecretaria del Ministerio de la Presidencia. Con Rajoy como ministro, por supuesto. Departimos sobre el proyecto de Ley de Asociaciones que por aquel entonces -en torno al ecuador de la legislatura 2000-2004- se tramitaba en la Comisión Constitucional del Congreso. Me la imagino estos estos días, tragándose apresuradamente los expedientes e informes más importantes de la cartera ministerial que le ha tocado en suerte. Para ponerse al día. Porque las obras públicas nunca han sido su especialidad. Ana habla con simpatía de Bilbao, porque su marido estudió Náutica en Portugalete y mantiene numerosas amistades entre los que fueron sus condiscípulos. Viajan con frecuencia a las cenas que organizan los antiguos compañeros de curso. De Ana Mato recuerdo, fascinado, aquella entrevista que alguna mano traviesa se tomó la molestia de fotocopiar y difundir por los escaños, en la que aseguraba que el mejor momento de su jornada laboral era, sin duda alguna, cuando veía vestir a sus hijos, a primera hora de la mañana. Con Montoro, Pedro Azpiazu y yo estamos a la expectativa. Durante los últimos cuatro años nos ha confesado en decenas de ocasiones que aspiraba a la mayoría absoluta, pero no para imponerla a sangre y fuego, como hizo en tiempos de Aznar, sino para colaborar con nosotros en materia económico-financiera, pero desde el pleno reconocimiento de la singularidad foral vasca. Para eso -objetábamos nosotros- es mejor que no tengáis mayoría absoluta. La necesidad de apoyos parlamentarios os forzaría a pactar con nosotros. Pero él ocupaba la posición del virtuoso e insistía en que la grandeza se acredita cuando se pacta sin necesidad de hacerlo. Veremos si ahora se acuerda de lo que tantas veces nos ha repetido, al ir al pleno o volver de él, en el trayecto que compartíamos entre el hemiciclo y el edificio en el que se ubican nuestros despachos. De Pedro Morenés -tan elegante, tan correcto- no puedo dejar de evocar su etapa de Hippy en Bermeo. Yo no era más que un niño, pero recuerdo a aquél grupo de jóvenes de botas camperas y vaqueros raídos que en la primera mitad de los setenta se instaló, cual comuna de flores y humos, en un piso antiguo de la calle Talakoetxea de Bermeo. En el corazón del casco viejo. Todavía conservo en casa un long play de vinilo que uno de los miembros del grupo -un francés de pelo rojizo llamado Jean- le regaló a un amigo cercano. Era un disco de Lou Reed, que en aquélla época sólo se comercializaban al sur de la muga previo sometimiento a los rigores de la censura. Algunos de los ocupantes de aquel piso se inscribieron en la Cofradía y hasta hicieron un par de mareas en las merluceras del pueblo. Después de aquella experiencia juvenil, las aguas volvieron a su cauce y Pedro ejerció la abogacía en Bilbao. Jorge Fernández es un hombre singular. En el trabajo es serio y concienzudo. En su época de Secretario de Estado de Administración Territorial, mantuvo contacto frecuente y estrecho con el equipo del Gobierno vasco responsable del desarrollo autonómico. De entonces arranca su respeto hacia nuestro buen hacer y su discrepancia -respetuosa pero efectiva- hacia nuestro modo de pensar. No conozco su andanzas juveniles por Barcelona -le acompaña una leyenda deslumbrante de Adonis que alcanzó grandes éxitos con las mujeres- pero en la actualidad es un hombre más bien volcado en el recogimiento espiritual. Mantengo con él una excelente relación -respetuosa y hasta entrañable- porque sabe que soy capaz de recitar las letanías lauretanas en latín. Fue él quien implicó al presidente Bono en el propósito de colocar, en la sede del Congreso, una placa conmemorativa del nacimiento de la Madre Maravillas. Para conocer su pensamiento político, resulta útil un libro que publicó recientemente bajo el título de Debates sobre Una idea de España. Se trata de una recopilación sistematizada de las intervenciones que tuvo en el Congreso de los diputados durante la legislatura 2004-2008. En esta obra se reproduce, entre otras muchas, una pregunta oral que dirigió al ministro de Interior -Pérez Rubalcaba- el 30 de mayo de 2007, sobre la presencia de ANV en los ayuntamientos de Euskadi. En una de las frases más señaladas de aquella intervención, le decía: Señor Pérez Rubalcaba, usted y yo y todos lo que aquí estamos pasaremos, pero lo que no pasará es la infamia que ustedes han permitido haciendo que el proceso de paz del señor Rodríguez Zapatero se convierta no en la destrucción y la derrota de ETA sino en la vuelta de ETA-Batasuna a los municipios e instituciones locales del País Vasco. Arias Cañete es un hombre inteligente y socarrón. Tiene aficiones de rico, lo que no debe extrañar a nadie en un Abogado del Estado casado con una Domecq. Prefiere -me lo dejó claro hace tiempo- que se le llame por el primer apellido que por el segundo. Vaya usted a saber por qué. A Soria y García-Margallo, apenas los conozco. Sólo he tenido ocasión de saludarles en un par de ocasiones. Del primero destacan su lealtad a Rajoy. Por mi parte, sólo puedo decir que a mi juicio acertó cuando se negó -en abierta y difícil confrontación con María San Gil- a incorporar a la ponencia política del PP aquellas frases ofensivas contra el PNV que la dirigente guipuzcoana quería introducir en su texto tan gratuita como innecesariamente. García-Margallo es un perro viejo de la política. Todo un carácter, siempre alerta, ágil y perspicaz. En Cartas desde tres parlamentos, una obra epistolar, contruída sobre las cartas cruzadas por tres militantes del PP durante el año 2008 -García Margallo, Vicente Martínez-Pujalte y María Isabel Barreiro- se expresan algunos de sus puntos de vista sobre la situación política. Prefiero no recordar ahora lo que dice sobre Euskadi, al hilo de una película de Gutiérrez Aragón. Puesto que ha sido nombrado ministro de Asuntos Exteriores, prefiero anotar lo que decía a finales de 2008 a propósito de la crisis financiera y sus efectos: Cuando salgamos de esta -decía- hay que ponerse manos a la obra para que esto no se vuelva a repetir. Lo que hay que hacer es poner la economía financiera al servicio de la economía real y no al revés como ha ocurrido en estos años, y para eso hay que gobernar la globalización financiera y no lilmitarse a contemplar pasivamente cómo discurren los hechos. Lo que toca es implantar un cierto orden inspirado en tres principios cardinales: ética, responsabilidad y transparencia. Transparencia en las instituciones, en los productos y en los mercados [...] Lo que viene es un capitalismo mucho más responsable, más regulado, más permeado por esa escuela de pensamiento que llamamos la economía social de mercado. Eso es exactamente lo que dice el Tratado de Lisboa. Tiempo habrá para ver si estas reflexiones las hizo desde la convicción personal o desde el propósito de cumplir con lo políticamente correcto.